Los Cuatro Fantásticos podría ser, sin exagerar, la película más abiertamente provida que ha salido de Hollywood en mucho tiempo.
Con una estética que recuerda al futurismo elegante de los años 50, la película combina encanto y un toque de excentricidad, gracias a personajes como el Hombre Topo y su mundo subterráneo, “Subterránea”. La banda sonora acompaña bien, los personajes están bien construidos, la trama es clara y los diálogos suenan naturales. El humor funciona sin forzarlo, y las relaciones entre los personajes —ya sea de pareja, de amistad o de familia— se sienten cercanas y creíbles. Incluso si a uno le cuesta separar a Pedro Pascal de sus excentricidades fuera de cámara, lo cierto es que su interpretación del Sr. Fantástico está a la altura del personaje. Pero más allá de todo esto, lo que realmente resalta en esta película es su mensaje provida, claro y sin disimulo. No es un detalle secundario, es el corazón mismo de la historia.
En los primeros minutos de la película, los protagonistas Sue Storm (interpretada por Vanessa Kirby) y su esposo Reed Richards (Pedro Pascal), ambos transformados en superhéroes tras una exposición a rayos cósmicos que modifican su ADN, reciben con profunda alegría la noticia de un embarazo. Después de dos años de intentos fallidos, la confirmación de que una nueva vida está en camino se vive como un milagro. A pesar de la incertidumbre y los riesgos, celebran con esperanza el giro radical que esto traerá a sus vidas. No son dudas menores las que enfrentan ya que, como cualquier persona, se preguntan cómo será el hijo de dos padres genéticamente alterados. Casi como si de una respuesta al mundo eugenésico actual, surge la duda de si nacerá con alguna deformidad, o si será un monstruo o un superhéroe, o quizás simplemente un niño normal dentro de una familia fuera de lo común. Aun así, el sentido de la película es muy claro por cuanto manifiesta que la vida es un don, incluso cuando viene cargada de incógnitas.
Sin embargo, la noticia del embarazo no solo llena de alegría a Reed y Sue. Johnny Storm (Joseph Quinn), hermano de Sue, y Ben Grimm (Ebon Moss-Bachrach), el amigo más cercano de la familia y “tío” adoptivo del niño, comparten su entusiasmo con un afecto genuino. A pesar de las dudas, de los temores comprensibles ante lo desconocido, todos celebran la llegada de la nueva vida. Reed, como buen hombre Protector, Proveedor y Procreador, con la ayuda de su asistente robótico HERBIE, refuerza las defensas del Edificio Baxter y comienza a rastrear posibles amenazas. Desde el primer día, el embarazo es acogido con una mezcla de responsabilidad, ternura y compromiso. La vida del hijo que viene en camino se convierte en prioridad absoluta. Amar, cuidar y proteger es la respuesta natural de esta familia, aunque no saben es cuánta protección será necesaria.
A medida que avanza el embarazo de Sue, aparece una amenaza que supera cualquier expectativa con la llegada del misterioso Silver Surfer a Nueva York para anunciar que la Tierra ha sido elegida para ser destruida por Galactus, un ser cósmico de proporciones divinas. Mr. Fantastic, con su inteligencia inigualable, localiza la posición de Galactus y, junto con su equipo, decide viajar al espacio para negociar. Lo que parecía una misión diplomática se convierte en un momento de alto riesgo cuando Galactus propone un trato. Se les dice que perdonará la Tierra a cambio del hijo aún no nacido de Sue y Reed. Ha identificado al bebé como una criatura futura de poder inmenso, destinada a sucederlo.
La pareja se niega sin titubear. No entregarán a su hijo, ni siquiera para salvar al mundo. Logran escapar con sus compañeros, y en pleno regreso, Sue da a luz a Franklin, un niño sano, en medio de una situación crítica. Al volver a la Tierra, la alegría del pueblo neoyorquino por la salvación del planeta se ve empañada por el conocimiento del sacrificio que los padres se negaron a hacer. Muchos los juzgan duramente bajo una lógica liberal utilitarista, “¿Cambiar una vida por miles de millones? ¿Cómo no lo hicieron?”. Para la opinión pública, la elección parece clara, pero para unos padres, no lo es. Análogo a los progresistas que promueven el control de natalidad bajo la lógica de salvar el mundo, mientras que quienes sí tienen hijos no están dispuestos a negociar la sangre inocente.
En un último intento por proteger a todos, Reed idea un plan para atraer a Galactus a la Tierra y transportarlo a otra galaxia. Pero el plan falla, Galactus captura a Franklin, y en el acto de salvar a su hijo, Sue utiliza toda su energía para crear un campo de fuerza que lo protege y por ello cae sin vida. Reed trata desesperadamente de revivirla, sin éxito. Pero en un giro inesperado, el poder latente de Franklin se manifiesta porque con un simple toque, le devuelve la vida a su madre. Los niños tienen una forma especial de hacer eso, de devolvernos a la vida, y esto lo digo desde la propia experiencia porque si hoy estoy eligiendo decirle sí a la vida es por mis hijos.
El valor de la vida atraviesa cada momento de Los Cuatro Fantásticos, dando forma no solo a la trama, sino a las decisiones más profundas de los personajes. Al inicio, Reed y Sue parecen haber abandonado la idea de tener un hijo tras varios intentos fallidos, pero cuando llega la noticia del embarazo, la reciben con una mezcla de alegría serena y firmeza. No hay dudas ni distanciamiento. Desde el principio, ese niño es, para todos, alguien real.
La película evita deliberadamente referirse al bebé como una “vida potencial” o como un “feto” en sentido técnico o distante. Lo llaman por lo que es, su hijo, un niño. Y cuando Sue, utilizando su poder de invisibilidad, se somete a una ecografía, la imagen que se muestra al espectador es la de una criatura ya plenamente humana, viva y presente en el vientre materno.
Hacia el final, ese reconocimiento de la vida toma su forma más dramática. Frente a una situación en la que su propia existencia está en juego, Sue no duda. No espera un milagro. No se aferra a excusas para preservar su vida a costa de la de su hijo. Por el contrario, se entrega completamente, arriesgándolo todo con tal de protegerlo. En vez de poner por delante la llamada “vida de la madre”, la película muestra algo más radical y más humano, esto es el amor que se expresa en el sacrificio. En una era donde tantos discursos relativizan el valor de la vida antes de nacer, esta historia lo afirma con claridad sorprendente.
En el núcleo de Los Cuatro Fantásticos, más allá de los efectos visuales y la acción, hay una motivación profundamente humana que es salvar al hijo que está por nacer. Aunque la amenaza de Galactus pone en riesgo a todo el planeta, y el dilema que plantea parece una clásica versión del “problema del tranvía” (sacrificar a uno para salvar a muchos), Reed y Sue responden con absoluta moral. No dudan porque la vida de su hijo no es negociable.
Esa respuesta encarna, sin nombrarlo directamente, lo que san Agustín llamó el ordo amoris, el orden del amor; primero Dios, luego la familia, y después el resto. Es un principio que va contra la lógica utilitarista que domina hoy muchas conversaciones públicas, donde el valor de la vida se mide en números o en impacto social. Reed y Sue, sin embargo, entienden que su deber más inmediato es con el hijo que han recibido como don. Curiosamente, esta misma idea fue motivo de controversia hace poco, cuando JD Vance la expresó públicamente y recibió críticas desde sectores progresistas por poner a su familia antes que al mundo. Ahora, sin buscarlo, una superproducción de Hollywood parece repetir el mismo mensaje, y lo hace con honestidad y fuerza.
Todo indica que “Los Cuatro Fantásticos: Primeros Pasos” no es un caso aislado, sino parte de una transformación cultural más amplia que, aunque discreta, se está haciendo notar. Desde marcas como Nike, que ahora presentan la paternidad como una victoria aún mayor que el éxito deportivo, hasta comediantes como Shane Gillis (alguna vez cancelado por ir contra lo políticamente correcto) siendo elegido para conducir una premiación de ESPN, propiedad de Disney. Desde anuncios familiares y provida de grandes empresas como Apple y Volvo, hasta músicos de alcance masivo como Lana Del Rey o Jon Bellion que, en vez de glorificar la fama o el desenfreno, componen canciones que exaltan el matrimonio, la fidelidad y la vida familiar. A esto se suma el tono mucho más moderado del mes del orgullo este año, el retroceso de ciertas imposiciones ideológicas, el crecimiento del interés por una educación cristiana o en el hogar, la caída de propuestas vacías como la nueva Blancanieves, el éxito de películas como Top Gun: Maverick, que celebra valores clásicos sin pedir disculpas, y el rechazo cada vez más claro a posturas extremas sobre el aborto, representadas por figuras como Kamala Harris. Todo esto sucede mientras crece el interés por contenidos más profundos, como los podcasts donde se habla de fe, filosofía y sentido, con invitados como Wes Huff, que no tienen miedo de decir que temen a Dios.
En este contexto, Los Cuatro Fantásticos: Primeros Pasos se convierte, quizás sin proponérselo, en la película más abiertamente provida que ha salido de Hollywood en mucho tiempo y posiblemente, en toda su historia. Supera incluso a Dune: Parte Dos, que ya había dado pasos firmes en ese sentido. Tal vez los creativos de Marvel no tenían la intención de enviar un mensaje moral claro sobre la santidad de la vida. Pero las buenas historias hacen eso por sí solas porque muestran lo verdadero.
Esta película no es conservadora por agenda, sino por instinto. Porque cuando se retrata lo bueno, lo bello y lo verdadero sin filtros ideológicos, lo que emerge naturalmente es una visión profundamente humana, y profundamente provida.
Hola Horacio, que gusto poder leerle por aquí, ahora le doy un enfoque y reflexión completamente nueva a esta película tan maravillosa, ya no es solo mirarla sino el ver su mensaje. Bendiciones para usted y su familia. Gracias por compartir sus reflexiones.